martes, 28 de abril de 2020

Pide, busca y llama

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que solo nos puede venir del Padre.
«Buscar» no es solo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy con no pocas dificultades y ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en nuestro mundo.
«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús

Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración y las súplicas de tu servidor, y a causa de ti mismo, Señor, que brille tu rostro sobre tu Santuario desolado. Inclina tu oído, Dios mío, y escucha; abre tus ojos y mira nuestras ruinas y la ciudad que es llamada con tu Nombre, porque no presentamos nuestras súplicas delante de ti a causa de nuestros actos de justicia, sino a causa de tu gran misericordia. ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y obra! ¡No tardes más, a causa de ti, Dios mío, porque tu Ciudad y tu pueblo son llamados con tu Nombre!"

Daniel mencionó cada pecado por su nombre: iniquidad, maldad, rebelión, desobediencia, y su negativa a escuchar a los profetas de Dios. Puso todos estos pecados por escrito. No dejó ninguno fuera de la lista.Nuestra confesión de pecado requiere exactamente esta actitud. No es suficiente acudir a Dios y decir: "He pecado". La confesión significa decir  exactamente todo lo que hemos hecho. Tiene que ser una confesión específica. Debemos decírselo todo en detalle. Quizás no nos sentimos inclinados a hacerlo porque se trata de algo feo, desagradable. Pero aun así debimos abrirle nuestro corazón, Él ya sabe lo malo y detestable que es. Así que tenemos que acudir a la confesión dispuestos a que sea sincera y abierta.

miércoles, 8 de abril de 2020

Los árboles del campo darán sus frutos y la tierra dará sus productos, y ellos vivirán seguros en su propio suelo. Y cuando rompa las barras de su yugo y los libre de las manos de los que los tienen esclavizados, sabrán que yo soy el Señor. Ez 34, 27

“Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Somos suyos, obra de sus manos, hijos en su Hijo. ¿No debería llenarse nuestro corazón de alegría? En el desierto de nuestra vida, enfrentados a múltiples dificultades, parecemos olvidar que tenemos un Padre que nos ama, que Él nos ha prometido el cielo y para abrirnos sus puertas envió a su Hijo Jesucristo.
¿Qué dudas podemos tener cuando somos testigos de que Cristo resucitó, está vivo y presente entre nosotros? ¡Tenemos que creer! Y la fe es un regalo de Dios, un don que tenemos que pedir todos los días. Pedirlo con humildad, con mucha confianza en que Dios no los negará. Especialmente en el desierto, cuando tenemos frío, hambre, sed y todo nos parece difícil.
Es en ese momento cuando la fe se hace más necesaria y cuando el eco del “Yo seré tu Dios” tiene que tocar lo más hondo de nuestro corazón. Actualizar esa promesa es la misión de este desierto de la fe. Cada uno de nosotros sabe cómo Dios está actualizando esa promesa en nuestra vida. La oración hecha con confianza mientras caminamos en el desierto de la fe nos dará la seguridad de que Él camina a nuestro lado, nos defiende, prepara el camino y nos protege de todo mal.
Despréndete de todo, sigue caminando en la fe a través de este desierto y escucha en tu interior: “Yo soy tu Dios. Soy tu Padre. Te amo”.

lunes, 6 de abril de 2020

Quédate con nosotros, porque atardece


Aparentemente somos nosotros quienes buscamos estar con el Señor, somos nosotros quienes le pedimos que se quede junto a nosotros porque comienza el atardecer de nuestra vida. ¡Pero no!, en realidad es Él quien sale al encuentro, es Él quien se cruza en la rivera de nuestras vidas.
Con esta consciencia descubrimos que el Señor siempre está a la puerta y llama; pero el abrirle la puerta es una decisión que sólo nosotros podemos tomar. Él conoce las necesidades de nuestro corazón, Él sabe lo que realmente necesitamos y quiere llenar nuestras carencias de cariño y amor. Pero también es un caballero y respeta nuestra libertad. Dios pone siempre el noventa y nueve punto nueve por ciento en nuestras vidas pero espera que nosotros respondamos a ese uno por ciento.
No temas a Dios, no te avergüences frente a Él que te conoce mejor que tú mismo.
Ayúdame, Madre Santísima, a descubrir la felicidad plena que sólo se puede encontrar en Dios y en el cumplimiento de su voluntad, aunque aparentemente parezca algo doloroso.
El amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: "Si no tengo amor, no soy nada", dice san Pablo. Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.

domingo, 5 de abril de 2020

Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, es hora de completar la conversión personal a la que Jesus nos invita en cada Cuaresma.


Aclamémoslo no sólo como el Rey que viene en el nombre del Señor, sino también como el que tiene este mismo título por haber entregado su vida para salvarnos y hacer de nosotros hijos de Dios a su imagen y semejanza. Y renovemos nuestro compromiso de vivir como tales, cumpliendo su voluntad, es decir, practicando la justicia de acuerdo con su mandamiento del amor significado en la santa cruz, único camino para lograr la reconciliación y la paz en nuestra vida personal y social-.