Virtud
Virtud es una
propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien.
Virtud es un
buen hábito que capacita a la
persona para actuar de acuerdo a la razón recta. Hace de su poseedor una buena
persona y hace sus actos también buenos.
Un mal
hábito se llama vicio
Las virtudes
adquiridas no dependen
de la fe. Una persona con el uso de la razón y con su esfuerzo natural puede
llegar a ser virtuosa. Pero por la fe nos abrimos a la gracia que perfecciona
las virtudes, capacitando la acción sobrenatural, el bien mas perfecto.
Del
Catecismo
1803 “Todo cuanto
hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo
cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,
8).
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer
el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor
de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona
virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas.
El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a
ser semejante a Dios. (S. Gregorio de Nisa, beat. 1).
I- Las virtudes humanas
1804 Las virtudes
humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones
habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos,
ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.
Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena.
El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas
humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen
todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.
1805 Cuatro
virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama
‘cardinales’; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia,
la justicia, la fortaleza y la templanza. ‘¿Amas la justicia? Las virtudes
son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la
justicia y la fortaleza’ (Sb 8, 7). Bajo otros nombres, estas virtudes son
alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.
1806 La prudencia es la virtud
que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro
verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. ‘El hombre
cauto medita sus pasos’ (Pr 14, 15). ‘Sed sensatos y sobrios para daros a la
oración’ (1 Pe 4, 7). La prudencia es la ‘regla recta de la acción’,
escribe santo Tomás (s. th. 2-2, 47, 2), siguiendo a Aristóteles. No se
confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación.
Es llamada ‘auriga virtutum’: conduce las otras virtudes indicándoles regla y
medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El
hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta
virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y
superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos
evitar. >>
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y
firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia
para con Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los hombres, la
justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las
relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y
al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas
Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su
conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del
pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo’ (Lv 19,
15). ‘Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo
presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo’ (Col 4, 1). >>
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades
la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución
de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La
virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de
hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la
renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. ‘Mi
fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).>>
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los
placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura
el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en
los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus
apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para
seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a
menudo alabada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus
deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o
‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo
presente’ (Tt 2, 12). >>
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El
(lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas
por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a
la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna
desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). (S. Agustín, mor.
eccl. 1, 25, 46).
Las virtudes y la gracia
1810 Las virtudes
humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una
perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por
la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la
práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
1811 Para el hombre
herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la
salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la
búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de
fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir
sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.