Alguna vez quizá experimentemos de modo especialmente vivo la soledad, la flaqueza o la tribulación: “Busca entonces el apoyo del que ha muerto y resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su costado y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con mayor decisión y eficacia”.
Las mismas debilidades y flaquezas se
pueden convertir en un bien mayor, el Señor nunca nos dejará en medio de las pruebas, nuestra misma
debilidad nos ayuda a confiar más, a buscar con más presteza en el refugio
divino, a pedir más fortaleza, a ser más humildes: “¡Señor!, no te fíes de
mí, Yo sí que me fío de Ti. Y al sentir en nuestra alma el amor, la
compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque Él no nos
abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur (2 Cor 12,
9); con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el
poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza”