miércoles, 29 de noviembre de 2017
'Temer al Señor es la sabiduría'" (Job 28,28)
La Escritura llama comienzo al temor inicial, al cual sigue el temor perfecto, el de los santos. Ese temor inicial es el nuestro. Como un esmalte sobre el metal, guarda al alma de todo mal, según está escrito: Todo hombre se aleja del mal por el temor del Señor (Pr 15, 27). Aquel que se aparta del mal por temor al castigo, como un esclavo asustado de su señor, comienza progresivamente a hacer el bien, y poco a poco pasa a esperar una recompensa por sus buenas obras. Y si continua huyendo del mal por temor, como el esclavo, y después haciendo el bien con la esperanza de una ganancia perseverando así en la virtud, con el auxilio de Dios y uniéndose cada vez más a él, terminar por gustar del verdadero bien, y al tener una cierta experiencia de él, no querrá ya separarse nunca más. ¿Quién podrá entonces, como dice el Apóstol, separarlo del amor de Cristo. Entonces alcanzar la perfección del hijo, amar el bien por el bien mismo, y temer porque ama. Y tal es el temor grande y perfecto.
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