sábado, 2 de diciembre de 2017
Se habla del Espíritu que invade (Nm 24, 2), llena (Dt 34, 9), se apodera de (Jc 6, 34), empuja (Jc 13, 25), irrumpe sobre (Jc 14, 6. 19), se aparta de y se adueña de (1 Sam 16, 14ss), lleva lejos (1 Re 18, 12), arroja (2 Re 2, 16), se derrama desde arriba (Is 32, 15), entra en (Ez 2, 2), levanta y arrebata (Ez 3, 14), conduce (Ez 8, 3), cae sobre (Ez 11, 5)... Verbos que no hacen referencia a algo, sino a Alguien que actúa
Este Espíritu desciende para capacitar a aquellos que deben realizar una misión en nombre de Dios, a favor del pueblo. Al igual que en Moisés, «en Josué, hijo de Num, está el Espíritu» (Nm 27, 18; Dt 34, 9) para introducir al pueblo en la tierra prometida. Otro tanto sucede con los jueces, personajes carismáticos suscitados por Dios para liberar a Israel de los peligros en que se encontraba continuamente por culpa de sus propios pecados.
El Espíritu de Dios es llamado, también «Espíritu de profecía» por su estrecha relación con los Profetas: Él los suscita y los «inspira» para que vean, comprendan y hablen (Is 59, 21; Ez 3, 12. 14. 24...). Porque el Espíritu los ilumina, pueden ver y comprender lo que los demás no entienden; porque el Espíritu actúa en ellos, realizan gestos poderosos en nombre de Dios y se cumple lo que anuncian. Isaías habla 50 veces de la Ruah y Ezequiel 46. Ellos, iluminados y movidos por el Espíritu, interpretan en este mismo Espíritu, que actúa también fuera de Israel y de forma sorprendente mueve los corazones, la historia... para que se realice el proyecto de Dios. Nos presentan el Espíritu de Dios como aquél que purifica los corazones, penetra en la interioridad, santifica al pueblo de Dios y realizará la salvación definitiva, escatológica, para todos los pueblos, cuando -al derramarse el Espíritu sobre todos- Dios lo será todo en todos. Hablan del Espíritu que realizará una nueva Creación, un nuevo Éxodo, una nueva Alianza, un nuevo Pueblo de Dios.
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