"Bendito sea Dios que no ha rechazado mi oración, y que no me ha rehusado su misericordia" (Sal 66, 20).
Solamente la misericordia divina puede salvar la libertad perdida o curar su debilidad, es de capital importancia que el pecador use lo que le queda de libertad para el bien o de germen de libertad depositado en su alma por la gracia, es decir, al menos por la plegaria. Así, pues, la oración del pecador es una oración de arrepentimiento, una plegaria para obtener una contrición mejor y más eficaz todavía.
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