El hombre que, por el pecado, se despoja orgullosamente de la libertad que le ha sido dada para el bien, o no resiste al mal reinante en su medio vital, cae irrevocablemente más y más, bajo el imperio del pecado.
El pecado, si no es expulsado inmediatamente, no solamente es un yugo que inclina hacia la tierra al que lo comete, sino que hace al pecador prisionero de un poder que tiene su centro en Satanás.
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