El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado» (Rom 5,5). Por el don del Espíritu recibimos la unión con Dios, participamos en su vida, somos hijos de Dios, con su misma naturaleza (Rom 8,14).
Esto es posible gracias a que el Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, es El mismo Dios. No es sólo don, sino DADOR de vida. No es sólo fuerza de Dios que nos permite actuar, sino Dios dándosenos. No es algo, sino Alguien. Por ello, «distribuye sus dones como quiere» (1 Cor 12,11); enseña y trae a la memoria (Jn 14,26); habla y ora (Rom 8,26-27).
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