jueves, 28 de diciembre de 2017

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de TI.


Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que amo, las amistades, los más cercanos a mí y los que estén más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado. Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
En los próximos días iniciaremos un nuevo año y detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo TÚ sabes si llegaré a vivirlos.
Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.
Cólmame de bondad y de alegría para que, cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poquito de TI.
Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad . Amén

En un mundo que progresa sin cesar, que se supera así mismo en las conquistas del confort y de la ciencia; en un mundo que, a pesar de todo ello, no puede quitarse de encima la angustia y la inquietud, los cristianos somos invitados en el Adviento a practicar la espera de los bienes divinos, y a dar testimonio de nuestra esperanza ante los ojos de la sociedad.



A ti, Señor he levantado mi alma; por encima de los afanes de cada día y de las aspiraciones meramente terrenales, nosotros esperamos a Dios mismo. No es que con ello tratemos de desertar de nuestra tarea en el mundo. Al contrario, queremos orientar los íntimos anhelos de la humanidad, aún más, de toda la creación, hacia su único objetivo definitivo: Dios; seguros de que “todos los que esperan en el Señor no quedaran defraudados

El Señor viene poco a poco, muy misteriosamente. No viene todavía como juezViene en la suavidad y la paciencia, sin nada de espectacular, en un respeto total a cada uno de nosotros.


Sin ninguna violencia, sin astucia, sin privar a nadie de su libertad, logra de una forma maravillosa venir poco a poco al corazón de los hombres. Es una formidable partida que se juega, en la que Dios se muestra en su mansedumbre, su perseverancia, su conocimiento del corazón humano. Lo que un hombre deshace por la violencia, otros, llamados por El, lo construyen mejor en la paz. Lo que un hombre destruye por sus excesos, otros, llamados por El, lo rehacen con la fuerza del amor.
Cada adviento debería ser una incesante búsqueda de Jesús. ¿Qué quiso y qué vino a traer Jesús? ¿Qué estamos haciendo cuando profesamos la fe cristiana e intentamos vivir el mensaje de Jesús imitando y siguiendo su vida? ¿Cómo debemos vivificar, reactualizar nuestra fe y nuestra esperanza en este Adviento? Si Jesús es en su propia persona la respuesta de Dios a la condición humana, desde El tendremos que ofrecer a nuestros hermanos, verdaderas respuestas de salvación y de esperanza. Jesús sigue siendo la realización de la esperanza.

Cuando se mira el mundo actual, lleno de violencias, mentiras, placeres sin sentido, lágrimas, sufrimientos, digamos con mucha fe que el Señor sigue incesante y silenciosamente viniendo a este mundo.

¿Esperamos verdaderamente al Señor o confiamos en otras instancias? Muy cerca de nosotros, muchos hombres no esperan a Aquel a quien nosotros esperamos y, sin embargo, esperan siempre un poco de alegría y de paz. La espera y la esperanza están inscritas en el fondo de nuestro ser.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Jesús nace para que nos alegremos, para que nos abramos a la esperanza, para que nos sintamos amados, para que vivamos. Jesús no ha nacido para que suframos, para que nos mortifiquemos, para que tengamos miedo.


Jesús no viene en primer término para juzgar,  para condenar, para legislar. Jesús viene para curar, para iluminar,  para levantar, para liberar, para perdonar, para salvar, que eso es lo  que significa su nombre. Jesús es el Dios que salva, que ama y que  da vida. Esta será su misión constante. Una misión no siempre  comprendida, porque la vida no todos la entienden de la misma  manera. Esto a la postre le llevará a entregar su vida para que todos  vivan. «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus  amigos» (Jn 15,13). Ahí, en la muerte de Jesús, la muerte de la Vida,  muerto de amor, es donde más se manifestó la gloria de Dios, porque  fue el acto supremo del amor, entregado para que los hijos vivan, el  gesto supremo de vivificación (cf. Jn 12, 23. 28- 32). Es como la  madre, que en gesto supremo de amor sacrifica su vida para que el  hijo pueda nacer; o tuviera que dar su sangre para que el hijo pudiera  resurgir; ésa sería la mayor gloria de la madre.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Tu misericordia, Señor, llega hasta el cielo, tu fidelidad hasta las nubes.



La fidelidad de Dios se muestra especialmente en el hecho de que siempre acoge de nuevo al pueblo, Quienes son fieles le son muy gratos, (Proverbios 12, 22) y les promete un don definitivo: el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida  (Apocalipsis 2,
20 ). La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo. Somos fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes, a pesar de los obstáculos y dificultades, a los compromisos adquiridos. Se es fiel a Dios, al cónyuge, a los amigos. Referida a la vida espiritual, se relaciona estrechamente con el amor, la fe y la vocación.

¿Cómo puede el hombre, que es mudable, débil y cambiante, comprometerse para toda la vida? Puede, porque su fidelidad está sostenida por quien no es mudable, ni débil, ni cambiante, por Dios. El Señor sostiene esa disposición del  que quiere ser leal a sus compromisos y, sobre todo, al más importante de ellos: al que se refiere a Dios –y a los hombres por Dios-, como en la vocación a una entrega plena, a la santidad. Lo principal del amor no es el sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y entrega. El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad.  Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras de todo compromiso.
Quienes son fieles le son muy gratos, (Proverbios 12, 22) y les promete un don definitivo: el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida  (Apocalipsis 2,
20 ). La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo. Somos fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes, a pesar de los obstáculos y dificultades, a los compromisos adquiridos. Se es fiel a Dios, al cónyuge, a los amigos. Referida a la vida espiritual, se relaciona estrechamente con el amor, la fe y la vocación.

¿Cómo puede el hombre, que es mudable, débil y cambiante, comprometerse para toda la vida? Puede, porque su fidelidad está sostenida por quien no es mudable, ni débil, ni cambiante, por Dios. El Señor sostiene esa disposición del  que quiere ser leal a sus compromisos y, sobre todo, al más importante de ellos: al que se refiere a Dios –y a los hombres por Dios-, como en la vocación a una entrega plena, a la santidad. Lo principal del amor no es el sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y entrega. El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad.  Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras de todo compromiso.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia,


-Pedimos, Jesús, tu mirada 
Para quedar perdonados. Tu mirada es compasiva y 
purificadora. Penetra hasta dentro, sanándolo todo con la medicina 
de tu amor. ¡Qué bien nos conoces y nos comprendes! Tu mirada 
se posa misericordiosamente sobre nosotros y los pecados ya ni se 
recuerdan, o se recuerdan para confesar tu nombre. Es una mirada 
que nos dice: Yo te amo, a pesar de todo, yo te amo. Es una mirada 
que lo viste todo de ternura.
Para quedar rehabilitados. Porque el amor dignifica. Cuando 
uno se siente amado, ya se ve como persona, y su vida se ilumina. 
¿Quien sea objeto del amor de Dios, no se sentirá valioso e 
importante? Ya se puede tener confianza en sí mismo y en todo. 
Para quedar transformados y ser hombres nuevos, tu mirada tiene 
una capacidad creadora y despierta en nosotros los mejores 
estímulos. Con tu mirada sentimos deseos de ser limpios, de 
seguirte, de abrirnos a los demás. Tu mirada enciende y trasciende 
nuestra vida.

martes, 12 de diciembre de 2017

Oración a la Virgen de Guadalupe


¡Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todos nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorga abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.


jueves, 7 de diciembre de 2017

La adoración es derramar el corazón a los pies del maestro. Un adorador es una persona que no se reserva nada delante de Dios, que lo da todo, quiebra su corazón y su vida en su presencia (Lc 7,36).



Dios quiere operar en nuestra mente y nuestro corazón, en donde recibimos lo que nos transforma, lo que edifica, lo que nos santifica, lo que no merecemos. Por esto es que la adoración verdadera puede llegar a doler, pero es un dolor  purificador, provocado por la mano de Dios obrando en nuestro ser; así como las brasas encendidas que el Señor puso en los labios de Isaías. (Isaías 6). En otras ocasiones la adoración verdadera toma la forma de una lucha en la que Dios siempre vence y de la que nosotros salimos como hombres nuevos

Digno de alabarte Señor, gloria y majestad sean a Tí rey de la creación



Los cristianos son llamados a gozar de la gloria de Dios, y a esta finalidad última deben tender sus esfuerzos (1 Cor 10,31; 2 Cor 4,17; 8,9). Cristo a los que creen en El comunica la gloria de Dios, que Él mismo había recibido del Padre (Rom 3,23).

sábado, 2 de diciembre de 2017

Se habla del Espíritu que invade (Nm 24, 2), llena (Dt 34, 9), se apodera de (Jc 6, 34), empuja (Jc 13, 25), irrumpe sobre (Jc 14, 6. 19), se aparta de y se adueña de (1 Sam 16, 14ss), lleva lejos (1 Re 18, 12), arroja (2 Re 2, 16), se derrama desde arriba (Is 32, 15), entra en (Ez 2, 2), levanta y arrebata (Ez 3, 14), conduce (Ez 8, 3), cae sobre (Ez 11, 5)... Verbos que no hacen referencia a algo, sino a Alguien que actúa



Este Espíritu desciende para capacitar a aquellos que deben realizar una misión en nombre de Dios, a favor del pueblo. Al igual que en Moisés, «en Josué, hijo de Num, está el Espíritu» (Nm 27, 18; Dt 34, 9) para introducir al pueblo en la tierra prometida. Otro tanto sucede con los jueces, personajes carismáticos suscitados por Dios para liberar a Israel de los peligros en que se encontraba continuamente por culpa de sus propios pecados.
El Espíritu de Dios es llamado, también «Espíritu de profecía» por su estrecha relación con los Profetas: Él los suscita y los «inspira» para que vean, comprendan y hablen (Is 59, 21; Ez 3, 12. 14. 24...). Porque el Espíritu los ilumina, pueden ver y comprender lo que los demás no entienden; porque el Espíritu actúa en ellos, realizan gestos poderosos en nombre de Dios y se cumple lo que anuncian. Isaías habla 50 veces de la Ruah y Ezequiel 46. Ellos, iluminados y movidos por el Espíritu, interpretan en este mismo Espíritu, que actúa también fuera de Israel y de forma sorprendente mueve los corazones, la historia... para que se realice el proyecto de Dios. Nos presentan el Espíritu de Dios como aquél que purifica los corazones, penetra en la interioridad, santifica al pueblo de Dios y realizará la salvación definitiva, escatológica, para todos los pueblos, cuando -al derramarse el Espíritu sobre todos- Dios lo será todo en todos. Hablan del Espíritu que realizará una nueva Creación, un nuevo Éxodo, una nueva Alianza, un nuevo Pueblo de Dios.

María madre, la mujer de la que nació Jesús para ser uno de los nuestros (Gal 4,4-5). Por eso, porque María está unida a su Hijo, forma parte con él de la historia de la salvación


Dios se ha propuesto ir liberando a los hombres de la muerte y del pecado. San Lucas nos la presenta como la Hija de Sión (expresión que, en el Antiguo Testamento, servía para designar al pueblo de Israel y que convierte a la Madre de Jesús en símbolo de la Iglesia) y nos la pinta hablando en el Magníficat con frases de los Salmos (Lc 1,46-55).