martes, 4 de septiembre de 2018
En las construcciones personales, la dimensión de nuestra espiritualidad no tendrá cimientos suficientemente sólidos. Si el Señor no nos orienta [y aconseja], construiremos nuestra casa sobre arena. Nuestras vanas ilusiones están destinadas a desmoronarse con la primera tempestad, por leve que sea.
Cuerpo y alma forman una unidad funcional inseparable en el hombre vivo. Cuando el Señor, en su infinita misericordia, comienza, por fin, a revelarse al alma que le busca con tanto afán, si ésta es suficientemente abierta y sensible, comienza a salirse de sí. Su amor contemplativo puede llegar a alcanzar una tal intensidad que el alma, ebria de entusiasmo y de alegría, no puede contenerse más. El Espíritu Santo puede llegar a inflamar su vacilante corazón hasta tal punto que no pueda resistir por más tiempo sus impulsos y comience a hablar de Dios en voz alta, como lo haría una persona locamente enamorada.
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