Necesitamos
de la risa, de la sonrisa, de la alegría para poder florecer, para poder dar
fruto. Ortega y Gasset habla de esos hombres “que cuando pierden la alegría, el
alma se retira a un rincón del cuerpo y allí hace su cubil”.
Todo
lo que va matando la inocencia: odios, egoísmos, envidias, va carcomiendo y
endureciendo el corazón. Entonces muerte la ilusión, el deseo de vivir y se va
adueñando del alma una gran pena que enturbia el cielo más despejado.
Será
necesario, pues derribar todas las paredes que se han levantado a nuestro
derredor sin darnos cuenta o a sabiendas, pues toda muralla nos impide
acercarnos al mundo.
Necesitamos
de la sonrisa de un niño, porque a través de ella se nos asoma la inocencia y
el optimismo de Dios. Dios disipará el duro invierno y hará que reine la eterna
primavera en aquellos que tienen la suerte de adobar cada día con una sonrisa.
“Quitando
el gozo y la alegría del campo fértil; en las viñas no cantarán ni se
regocijarán” (Is. 16.10)
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