no por voluntarismo, ni por convicción, ni por resignación, ni por aquello de «el deber ante todo, el deber siempre», sino «por la alegría», por el mismo gozo secreto de saberse en posesión de algo valioso que hacía decir a Jesús: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis: hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34). Un alimento, es decir, algo que produce fruición y vitalidad y crecimiento y plenitud. Y alegría.
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