Jesús no viene en primer término para juzgar, para condenar, para legislar. Jesús viene para curar, para iluminar, para levantar, para liberar, para perdonar, para salvar, que eso es lo que significa su nombre. Jesús es el Dios que salva, que ama y que da vida. Esta será su misión constante. Una misión no siempre comprendida, porque la vida no todos la entienden de la misma manera. Esto a la postre le llevará a entregar su vida para que todos vivan. «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Ahí, en la muerte de Jesús, la muerte de la Vida, muerto de amor, es donde más se manifestó la gloria de Dios, porque fue el acto supremo del amor, entregado para que los hijos vivan, el gesto supremo de vivificación (cf. Jn 12, 23. 28- 32). Es como la madre, que en gesto supremo de amor sacrifica su vida para que el hijo pueda nacer; o tuviera que dar su sangre para que el hijo pudiera resurgir; ésa sería la mayor gloria de la madre.
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