“Sea que estén
comiendo, bebiendo o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para
la gloria de Dios” (ICor 10,31).
Adorar
a Dios es reconocerlo como nuestro creador y nuestro dueño. Es reconocer en
verdad lo que somos hechura de Dios y posesión de Dios: Dios es mi dueño, yo le
pertenezco.
La
adoración es derramar el corazón a los pies del maestro. Un adorador es una
persona que no se reserva nada delante
de Dios, que lo da todo, quiebra su corazón y su vida en su presencia (Lc
7,36).
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