La oración es una necesidad vital para el cristiano, como el comer y el beber; debe convertirse en algo así como una respiración del alma, armonizada con el soplo del Espíritu Santo. El Señor nos lo enseña mediante la parábola de la viuda inoportuna: «Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18). San Pablo retoma la recomendación: «Orad constantemente». Les pide asimismo a los cristianos «que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones» (Rm 15, 30; Col 4, 12). La invitación a la oración es la expresión de una espontaneidad espiritual emanada de la fe: tenemos tanta necesidad de orar como de hablar con aquellos a quienes amamos. La oración es la intérprete de nuestra esperanza amorosa para con Dios, a quien llamamos Padre nuestro.
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