viernes, 25 de enero de 2019
Dios Soberano victoriosos rey, Dios de lo imposible te adoramos, tuya es toda la gloria, tuyo es todo el honor, Jesucristo reinas con poder
«Dios es el Señor de lo imposible»: no es ésta una afirmación
ocasional que pudiera encontrarse en uno u otro texto del Antiguo o
del Nuevo Testamento.
Es toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la que
revela esta certeza, que anuncian el triunfo del Hijo del Hombre, que en Isaías, que anuncian las humillaciones del Siervo de Yahvé. Y las da cumplimiento. Ahí está su misterio: su propia humillación por debajo de todos será su glorificación por encima de todos mediante el triunfo de la Cruz.
Jesús promete a sus discípulos que su Evangelio será anunciado
hasta los confines del mundo: «Id por todo el mundo, proclamad el
Evangelio a todas las criaturas» (Mc 16,15). «Haced discípulos a
todas las gentes» (Mt 28,19). «Seréis mis testigos en Jerusalén, en
toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hech 18).
Pero a la vez anuncia una Iglesia perseguida, expuesta a todas las
contradicciones, que seguirá pequeña como la levadura en la masa o
la sal en los alimentos, y se pregunta: «Cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿hallará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8).
Ese es, a través de mil situaciones paradójicas, el
mensaje central: un gran eje hacia el que convergen todos los
caminos. «Señor de lo imposible», ese es el Rostro de Dios, el
Nombre de Dios, el Misterio de Dios tal como se revela
progresivamente a través de la historia de los hombres. De forma que
lo imposible se convierte en el lugar privilegiado de la revelación
histórica de Dios.
Hacer el inventario de todas esas «situaciones imposibles», de
todos los parámetros de lo imposible, de todas esas impotencias
humanas en las que Dios se ha dado a sí mismo «el momento
favorable» para revelarse, sería verdaderamente releer la Biblia
entera.
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