LA ORACIÓN VOCAL
Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por
medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más
importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la
oración. "Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de
palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San Juan Crisóstomo, ecl.
2).
La oración vocal es un elemento indispensable de la
vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su
Maestro, éste les enseña una oración vocal: el "Padre Nuestro". Jesús
no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios
nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la
bendición exultante del Padre (Cf. Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní
(Cf. Mc 14, 36).
Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior
responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu,
y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos.
Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el
poder posible.
Esta necesidad responde también a una exigencia divina.
Dios busca adoradores en espíritu y en
verdad, y, por consiguiente, la oración que sube viva desde las profundidades
del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración
interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios
tiene derecho.
La oración vocal es la oración por excelencia de las
multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más
interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en
que tomamos conciencia de Aquél "a quien hablamos" (Santa Teresa
de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma
de oración contemplativa.
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