También Jesús se vio asediado, pero se confió al Padre, no se rebeló contra sus perseguidores e incluso buscó a los pecadores y rezó por ellos: «Injuriado, no devolvía las injurias; sufría sin amenazar, confiando en Dios, que juzga con justicia» (1 Pe 2,23).
Frente al peligro que amenaza a todos los inocentes, se elevan en la Iglesia el grito y la oración del pobre que espera con confianza la derrota del mal y el triunfo del bien. Hemos de combatir toda iniquidad y puesto que el cristiano detesta el mal, al recurrir a Dios le invoca para que el Señor le libere de toda componenda con la injusticia, le ayude a abrazar la causa de la justicia, a dar testimonio de la verdad del Evangelio. San Pablo dirá a los cristianos de Tesalónica: «Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor, se manifieste desde el cielo con sus poderosos ángeles» (2 Tes 1,6ss).
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