Si Dios no trajera luz a nuestras mentes, sería imposible que podamos ver la realidad espiritual a la cual Él nos llama a vivir. Pero tampoco podríamos entender nuestra necesidad de arrepentimiento, ni la de cambiar de actitud y de conducta en la vida.
Todas las anteriores son cosas necesarias para aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador.
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