El cristiano es una luz que brilla en las tinieblas, la sal
de la vida para el mundo que no tiene sabor, la esperanza en medio de una
humanidad que ha perdido la esperanza. Pero como dice el Evangelio, si la
sal pierde su sabor, no sirve para nada, hay que botarla y si la lámpara
encendida se coloca debajo del celemín, no alumbra, no cumple su función de
iluminar. Por lo tanto, es importante que nos hagamos conscientes de esta
realidad a la que estamos llamados como miembros vivos de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario