1. La ciencia del amor
divino, que el Padre de las misericordias derrama por Jesucristo en el Espíritu
Santo, es un don, concedido a los pequeños y a los humildes, para que conozcan
y proclamen los secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes: por
esto Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y bendijo al Padre, que así
lo había establecido (cf. Lc 10, 21-22;Mt 11, 25-26).
También se alegra la Madre
Iglesia al constatar que, en el decurso de la historia, el Señor sigue
revelándose a los pequeños y a los humildes, capacitando a sus elegidos, por
medio del Espíritu que «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Co 2,
10), para hablar de las cosas «que Dios nos ha otorgado (...), no con palabras
aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando
realidades espirituales» (1 Co 2, 12. 13). De este modo el Espíritu Santo
guía a la Iglesia hacia la verdad plena, la dota de diversos dones, la
embellece con sus frutos, la rejuvenece con la fuerza del Evangelio y la hace
capaz de escrutar los signos de los tiempos, para responder cada vez mejor a la
voluntad de Dios (cf. Lumen gentium, 4 y 12; Gaudium et spes, 4).
Santa Teresita del Niño Jesús
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