La conducta amorosa y fiel de Dios para con nosotros nos invita poderosamente a la fidelidad. En efecto, el primer fundamento de toda fidelidad humana es la fidelidad de Dios.
Los salmos no se cansan nunca de alabar la fidelidad de Dios, fundamento de nuestra esperanza. "Señor, tu amor llega hasta el cielo, hasta las nubes tu fidelidad» (Sal 35,6). La fidelidad de Dios se muestra especialmente en el hecho de que siempre acoge de nuevo al pueblo (Os 3,2). Dios es fiel a sus promesas y a sus amenazas: "De mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable» (1s 45,23). El nombre glorioso de batalla de Cristo en el Apocalipsis es el «Fiel» y el «Veraz» (Ap 19,11). En la misteriosa fidelidad de Dios nos viene la esperanza de nuestra perseverancia final, nuestra fidelidad hasta la muerte (cf. 1 Cor 10,13. 1 Tes 5,24; 2 Tes 3,3).
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