Saber es saborear: ser
sabio, según la Escritura, es saborear
la vida desde la confianza
en Dios.
El sabio se preocupa de saber cómo conducir la vida para obtener
la verdadera
felicidad.
Es el experto en el arte del bien vivir.
Se trata de un investigador del sentido profundo de las de las
cosas: lanza al mundo una mirada lúcida; sabe lo que se oculta en el corazón
humano.
El sabio es sensible a la
grandeza del ser humano: «El Señor formó al hombre de la tierra...lo revistió de un poder como el suyo y lo
hizo a su propia imagen...les concedió inteligencia y en herencia una Ley que da
vida; hizo con ellos alianza eterna enseñándoles sus mandamientos...»(Eclo 6,24
17,14).
Pero el sabio es consciente también de su debilidad: «Dios ha
repartido una gran fatiga y un yugo pesado a los hijos de Adán, desde que
salen del vientre materno hasta que vuelven a la madre de los vivientes:
preocupaciones, temor de corazón y la espera angustiosa del día de la muerte.» (Eclo
40,12)
Al sabio le angustia la pregunta acerca de la muerte:
«¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo
con sus posesiones, para el hombre
contento que prospera en todo y tiene salud para gozar de los placeres!...»
(Eclo 41,1 4).
El sabio desencantado que se esconde en el libro del Qohelet medita
acerca de la impresión de vaciedad que le deja su vida:«¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo agotan bajo el sol?
Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siem-re
está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí
vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento.
Todos los ríos caminan al mar y el mar no se llena; llegados al
sitio adonde
caminan, desde allí vuelve a caminar.
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