La espiritualidad cristiana consiste en una vida
espiritual en la que nuestra vida más íntima, más personal, florece gracias al
desarrollo de la relación personal que Dios quiere establecer con nosotros al
hablarnos en Cristo. El desarrollo de la espiritualidad cristiana culmina en la
contemplación, autentificada por el testimonio de la caridad. La fe cristiana
proclama que Dios es Padre, Hijo y Espíritu, y que este Espíritu Santo es la
fuente y el alma de toda vida espiritual, que nunca podrá reducirse a lo
puramente psicológico. La espiritualidad cristiana es una vida en el Espíritu
Santo, que está presente y actúa en cada uno de los fieles.
La espiritualidad, así comprendida, se caracteriza por
su cristocentrismo: el Espíritu Santo nos revela a Cristo y nos conduce a él;
por su arraigo en la vida cotidiana y en la misma estructura humana, el
Espíritu no planea por encima de las realidades humanas, sino que las capta
encarnando en ellas a Cristo, a fin de cristificarlas, de espiritualizarlas, de
divinizarlas; por su aspecto dialógico y dialogal, el Espíritu Santo, que es
Amor, mueve al intercambio y a la entrega, a la reciprocidad y a la comunión,
sin las que no hay espiritualidad auténticamente cristiana; por su
catolicismo o universalismo, el Espíritu Santo, que está presente y activo
fuera de las fronteras visibles de la Iglesia cristiana, reconoce a las otras
religiones y espiritualidades, deseando abrirse a sus propias riquezas,
inspiradas de cerca o de lejos por el mismo y único Espíritu que, por múltiples
caminos, desea conducir a todas las personas a Cristo, único Señor del mundo y
único salvador de los hombres
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