El hombre interior es
aquel que supera la superficialidad y llega a lo profundo de sí mismo. San Agustín
está convencido que el ser humano lo es más auténticamente cuanto más deja
salir su originalidad, porque cada uno es único e irrepetible.
El centro de la pedagogía agustiniana siempre es el hombre concreto, que oculta
dentro de sí enormes tesoros, el más importante, sin duda, es Dios: «Mas he
aquí que él está donde se gusta la verdad: en lo más íntimo del corazón»
(Confesiones 4,12,18). Dios constituye la intimidad más íntima
del hombre, es el hondón del hombre: «Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío» (Confesiones 3,ó,11).
La verdad es un valor superior al mismo hombre, ella está por encima y más allá: «Te prometí demostrarte, si te acuerdas, que había algo que era mucho más sublime que nuestro espíritu y que nuestra razón. Aquí lo tienes: es la misma verdad. Abrázala, si puedes; goza de ella» (Del libre albedrío 2,13,35). De hecho Agustín llega a decir que cuando se busca la verdad lo que se busca es a Dios (Cfr. Comentario al Salmo 104,3).
del hombre, es el hondón del hombre: «Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío» (Confesiones 3,ó,11).
La verdad es un valor superior al mismo hombre, ella está por encima y más allá: «Te prometí demostrarte, si te acuerdas, que había algo que era mucho más sublime que nuestro espíritu y que nuestra razón. Aquí lo tienes: es la misma verdad. Abrázala, si puedes; goza de ella» (Del libre albedrío 2,13,35). De hecho Agustín llega a decir que cuando se busca la verdad lo que se busca es a Dios (Cfr. Comentario al Salmo 104,3).
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