Dulce Padre
nuestro Señor Jesucristo, te rogamos por tu infinita bondad que reformes al
pueblo cristiano según aquel estado de santidad que tuvo en tiempo de tus
apóstoles. Escúchanos, Señor, porque benigna es tu misericordia y en tu inmensa
ternura vuélvete hacia nosotros.
Señor
Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de nosotros.
Por el
camino de la paz, de la caridad y de la prosperidad me guíe y me defienda el
poder de Dios Padre, la sabiduría del Hijo y la fuerza del Espíritu Santo y la
gloriosa Virgen María. El ángel Rafael, que estuvo siempre con Tobías, esté
también conmigo en todo lugar y camino.
¡Oh buen
Jesús, oh buen Jesús, oh buen Jesús, amor mío y Dios mío, en ti confío, no
quede yo confundido!
Confiemos
en nuestro Señor benignísimo y tengamos verdadera esperanza en El sólo, porque
todos los que esperan en Él no serán confundidos para siempre y quedarán
estables, fundados sobre la piedra firme y, para obtener esta gracia, acudamos
a la Madre de las gracias, diciendo:
DIOS TE
SALVE, MARÍA.
Además,
agradezcamos a Dios nuestro Señor y Padre celestial todos los favores y gracias
que nos ha concedido y que continuamente nos concede, rogándole que en el
futuro se digne socorrernos en todas nuestras necesidades, tanto temporales
como espirituales:
PADRE NUESTRO.
PADRE NUESTRO.
Pidamos
también a la Virgen que se digne interceder ante su querido Hijo por todos
nosotros, para que nos conceda la gracia de ser humildes y mansos de corazón,
de amar a su Divina Majestad sobre toda otra cosa y a nuestro prójimo como a
nosotros mismos y para que estirpe nuestros vicios, nos aumente las virtudes y
nos conceda su santa paz:
DIOS TE SALVE, MARÍA.
DIOS TE SALVE, MARÍA.
Y por todos
aquellos que se encomiendan a nuestras oraciones, por los que rezan a Dios por
nosotros y por aquellos por los que tenemos obligación de rezar, por nuestros
amigos y enemigos y por todos los fieles difuntos:
DIOS TE
SALVE, MARÍA.
Humillémonos
todos en presencia de nuestro Padre celestial como hijos pródigos que hemos
disipado todos nuestros bienes espirituales y temporales, viviendo
disolutamente, y por ello pidámosle misericordia, diciendo:
Misericordia,
concédenos tu misericordia, Hijo del Dios vivo.
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