Los que conocen bien su propia debilidad no cesan nunca de pensar en el Todopoderoso, Santificador y Rector de nuestras vidas.
Creen en la necesidad de un influjo espiritual que les transforma y fortalece. Esta creencia no es para ellos una teoría puramente abstracta, sino una verdad práctica y sumamente consoladora que muestra su eficiencia en la lucha cotidiana contra el pecado y Satanás.»
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