jueves, 7 de diciembre de 2017

La adoración es derramar el corazón a los pies del maestro. Un adorador es una persona que no se reserva nada delante de Dios, que lo da todo, quiebra su corazón y su vida en su presencia (Lc 7,36).



Dios quiere operar en nuestra mente y nuestro corazón, en donde recibimos lo que nos transforma, lo que edifica, lo que nos santifica, lo que no merecemos. Por esto es que la adoración verdadera puede llegar a doler, pero es un dolor  purificador, provocado por la mano de Dios obrando en nuestro ser; así como las brasas encendidas que el Señor puso en los labios de Isaías. (Isaías 6). En otras ocasiones la adoración verdadera toma la forma de una lucha en la que Dios siempre vence y de la que nosotros salimos como hombres nuevos

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