martes, 28 de agosto de 2018

Yo digo al Señor: "Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti". El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Sal 16




Ponerse en manos de Dios... equivale a decir que no hay vida espiritual que no sea mediada, suscitada, sustanciada por la fe. Y esta fe asume necesariamente la forma del servicio. Es un consentir a servir. Es un camino de despojo, de empobrecimiento; nos volvemos cada vez menos señores y, por consiguiente, tenemos cada vez menos riquezas en nuestras propias manos. Las manos se vacían. No somos dueños del futuro, de los acontecimientos que pueden levantarse en el interior de nuestro propio espíritu, de nuestra propia corporeidad, de nuestra propia comunidad, del conjunto de las relaciones. Más allá de todo esto, y como travesía de todo esto, aborda las citas, incluso con los fracasos, que son índice de gran pobreza. Sería una imagen equivocada, deletérea, la de proyectar y atender a la vida espiritual como a una edificación progresiva, casi como a una construcción segura que vemos crecer poco a poco y a la que dirigimos los ojos complacidos. No deberá sorprendernos sentir que nos volvemos cada vez más indigentes, incluso de espíritu, incluso de gracias espirituales, entendidas como satisfacciones que dan agrado. Empezamos, pero no sabemos dónde vamos a acabar. Sólo tenemos la certeza de la fe de que el que nos llama es fiel [...]. Dios se revela poco a poco. Se revela y se esconde, porque Dios es luz.

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