martes, 19 de marzo de 2019

Yo mismo cuidaré y velaré por mi rebaño, lo buscaré por los lugares por donde anda disperso en los días de tormenta, lo apacentaré con buenos pastos y lo llevaré a descansar... Y haré con él una alianza de paz: Yo estoy con ellos y ellos son mi pueblo



El auténtico pastor no se queda encerrado en su oficina o en su casa, ni recibe a los  suyos después de largas antesalas. Sale de sí mismo, trata de mirar con ojos distintos, de  descubrir qué anda mal y qué se puede mejorar o cambiar. No espera a ser llamado: acude  allí donde alguien lo necesita. Por eso conoce a los suyos: porque vive y comparte su  situación, su necesidad, su miseria, su enfermedad, su ignorancia o su debilidad.
Tampoco se siente distinto ni busca motivos de distinción o privilegio; se siente parte del  pueblo y miembro activo de la comunidad; acorta las distancias, dialoga con el pueblo con  simplicidad y sin aires de doctor. Bien lo dice el Señor: «Yo estoy con ellos y ellos son mi  pueblo.» 
Por todo esto el rebaño reconoce pronto al auténtico pastor: porque lo ve con él,  actuando, trabajando, pensando, tomando iniciativas o escuchando con comprensión. De todo ello surge un nuevo concepto de comunidad cristiana: se trata de un grupo  integrado, donde se respeta la personalidad de todos y donde todos trabajan por el mismo  objetivo. No es una sociedad anónima ni una multinacional bancaria. Es un grupo que se  conoce en ese diario compartir las mismas inquietudes con absoluto desinterés lucrativo.

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