miércoles, 8 de abril de 2020

Los árboles del campo darán sus frutos y la tierra dará sus productos, y ellos vivirán seguros en su propio suelo. Y cuando rompa las barras de su yugo y los libre de las manos de los que los tienen esclavizados, sabrán que yo soy el Señor. Ez 34, 27

“Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
Somos suyos, obra de sus manos, hijos en su Hijo. ¿No debería llenarse nuestro corazón de alegría? En el desierto de nuestra vida, enfrentados a múltiples dificultades, parecemos olvidar que tenemos un Padre que nos ama, que Él nos ha prometido el cielo y para abrirnos sus puertas envió a su Hijo Jesucristo.
¿Qué dudas podemos tener cuando somos testigos de que Cristo resucitó, está vivo y presente entre nosotros? ¡Tenemos que creer! Y la fe es un regalo de Dios, un don que tenemos que pedir todos los días. Pedirlo con humildad, con mucha confianza en que Dios no los negará. Especialmente en el desierto, cuando tenemos frío, hambre, sed y todo nos parece difícil.
Es en ese momento cuando la fe se hace más necesaria y cuando el eco del “Yo seré tu Dios” tiene que tocar lo más hondo de nuestro corazón. Actualizar esa promesa es la misión de este desierto de la fe. Cada uno de nosotros sabe cómo Dios está actualizando esa promesa en nuestra vida. La oración hecha con confianza mientras caminamos en el desierto de la fe nos dará la seguridad de que Él camina a nuestro lado, nos defiende, prepara el camino y nos protege de todo mal.
Despréndete de todo, sigue caminando en la fe a través de este desierto y escucha en tu interior: “Yo soy tu Dios. Soy tu Padre. Te amo”.

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