Aquí
me tienes Señor, parándome, después de la centésima caída. Agradeciendo tu amor
infinito, en la misericordia de tu acogida. Vengo a pedirte perdón urgente, por
las mil veces que reduje el amor, al círculo de mis cercanos. Por ignorar,
indolente, lo bueno de mis hermanos. Por recordar con afectuoso sentimiento sólo
a quienes alimentaron mi ego en algún generoso momento. Por las veces que pude
hacer algo más y mejor, y me auto disculpé con débil argumento. Por haber
extinguido el grato recuerdo, de tantos miles que en la vida me han ayudado. Por
creer que siempre tenía la razón en mis acciones y razonamientos. Perdón,
Señor, por mis caprichos personales, que impuse a los demás sin esperar
consentimiento. Por la rebeldía interior no expresada, que disfracé en una acción
obediente. Por amar, sin demostrar el sentimiento. Por las veces que mi amor
urgente hacia ti, no se detuvo en mis hermanos. Creyendo, ingenuamente, que
llegaría veloz, sin fraternal aditamento. Por la cobardía de no cambiar lo
suficiente cuando una palabra o gesto lo advirtió. Y por las veces que no tuve,
la valentía de señalar el error, al hermano fraternalmente. Por no alinear la
proa de mi débil barca hacia el temporal violento, cuando tú me llamas a
maravillosa singladura, que durará eternamente. Finalmente, perdóname, Señor Por
pedirte hoy público perdón, cuando mis hermanos ya lo hicieron en silencio.
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