En algunos lugares se produce una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas. Allí «el mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».
En otros países, la resistencia violenta al cristianismo
obliga a los cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman.
Ésta es otra forma muy dolorosa de desierto.
También la propia familia o el
propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de
irradiarla. Pero «precisamente a partir de la experiencia de este
desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital
para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor
de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de
la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que,
con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta
forma mantengan viva la esperanza».
En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en
una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua
viva. ¡No nos dejemos robar la
esperanza!
¡Sí
a las relaciones nuevas que genera Jesucristo!
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