1. Pablo se considera a sí mismo padre de muchos creyentes, por haber conducido a muchos a la fe. Otro tanto podría decir Pedro. Ambos tienen en la Iglesia una paternidad derivada de la elección de Dios y de su respuesta, no exenta de debilidades y titubeos. Pedro, por sobrenombre «Roca», es el primero de la lista apostólica, asume la condición de servidor, ejerce el apostolado y muere mártir en Roma, bajo Nerón. Pablo, convertido del fariseísmo beligerante anticristiano, es el apóstol de los paganos, a los que evangelizó en tres grandes viajes. También fue mártir en Roma. La lista de testigos del martirologio romano comienza con Pedro y Pablo. Ambos fueron las cabezas de una Iglesia pobre, perseguida y testimonial, que se convirtió en Iglesia primacial.
2. El obispo de Roma fue pronto primado de los obispos, Papa de la cristiandad. A lo largo de la historia, el ministerio del Papa -responsable directo de los cristianos de la diócesis de Roma, catalizador de la comunión de las Iglesia locales, impulsor de la unidad ecuménica, portavoz ante el mundo del mensaje católico y soberano de un Estado minúsculo (la Santa Sede)- es abrumador y complejo. En los últimos cien años, el papado ha aumentado considerablemente sus posibilidades de influjo y de acción.
3. Los términos evangélicos referidos a la misión de Pedro, dentro del primer grupo apostólico formado por Jesús, se expresan siempre en términos de unidad, caridad, servicio y misión, nunca en clave de potestad, dignidad o privilegios. Hoy se entiende la primacía papal del obispo de Roma como servicio profético de unidad y de coordinación de quien escucha, comparte y decide, en colaboración con los obispos de toda la Iglesia, a partir de las exigencias del Evangelio y de las realidades del pueblo. La Iglesia descansa en la Roca viva y piedra angular, que es Cristo, y se edifica sobre el fundamento de la piedra de Jesucristo, de las piedras de los apóstoles y de las piedras vivas de todos los cristianos.
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