viernes, 30 de marzo de 2018

Adorar implica un amor extremo, en el que el hombre con su espíritu, alma y cuerpo no encuentra mejor ofrenda de amor a Dios que su vida misma la cual la entrega sin condiciones y en libertad, de tal manera que cada momento, cada acto de la vida puede ser adoración si se ofrenda con amor extremo


“Sea que estén comiendo, bebiendo o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para la gloria de Dios” (ICor 10,31).
Adorar a Dios es reconocerlo como nuestro creador y nuestro dueño. Es reconocer en verdad lo que somos hechura de Dios y posesión de Dios: Dios es mi dueño, yo le pertenezco.
La adoración es derramar el corazón a los pies del maestro. Un adorador es una persona que  no se reserva nada delante de Dios, que lo da todo, quiebra su corazón y su vida en su presencia (Lc 7,36). 

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