miércoles, 24 de octubre de 2018

No me arrojes de delante de tu rostro; y tu espíritu santo, oh, no me lo quites. Sal 51, 11



Es cosa de ver la esclavitud al dinero, al placer, al poder, de qué dirán, de sus temores, etc. El único que nos hace verdaderamente libre es conocer a Jesús. Y muchas veces, aún conociendo a Jesús, perdemos empuje, fuerza, testimonio. ¿Por qué? Porque nos volvemos a encadenar al pecado. Necesitamos estar siempre unidos a Jesús. “Cristo nos dio la liberad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1). 
“No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre sino del mundo mismo y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los otros y el orgullo de las riquezas. En cambio, el que hace la voluntad del Padre, permanecen para siempre” (1 Jn 2,15-17).

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