¡Ay de quien peca y sigue sin sentir grave tristeza de haber ofendido al Señor! Y esto le puede suceder a quien va repitiendo pecados. Se adormece su conciencia y se vuelve insensible y el pecado corroe el alma sin que ésta se dé cuenta.
¿Cómo estará nuestra alma hoy? ¿Agradable a los ojos de Dios? ¿O más repugnante que el más infectado leproso? Es tiempo de pedir al Señor con un buen acto de contrición que vaya curando tanta inmundicia.
“¡Señor, si Tú quieres, puedes curarnos!”
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